Me miraste fijamente con los ojos enormes y más brillantes que nunca. En tu voz había desilusión, desesperanza. Es el día de hoy que, todavía, no se por qué lo dijste. Qué fue lo que viviste para sacar esa conclusión.
De tus labios rosados, suaves, salieron palabras que me dejaron atónito. Estabas enojada, y yo entendía que lo odiaras, tenía sentido. Él nunca te cuidó de la manera cálida que hubieras esperado, pero.. quizás hubieras podido, a mi lado, conocer ese amor.
La gente no cambia- murmuraste.
Yo sabía que no era así, de hecho... yo era el vivo ejemplo de lo contrario. Y te lo refute a muerte. Tendría que haberme dado cuenta que vos sabías que las formas podían cambiar pero que ibas más allá con tu análisis.
La gente no cambia- retomaste. Las personas intentan, aparentan cambiar, pero solamente lo hacen por un tiempo; siempre vuelven a caer, siempre comenten los mismos errores.
Cada palabra tuya me desilusionó. Tendría que haberme dado cuenta de que si vos pensabas así, ibas a actuar de acuerdo a tu parecer. Tendría que haber abierto los ojos, pero no pude. Caí rendido a vos y a tu desesperanza. Me ocupé solamente en recomponerte, en vez de aceptar que aprendiste de alguien que no te amó y por lo tanto, nunca ibas a ser capaz de amar.
Eras fría y calculadora pero eso no concordaba con lo que yo veía. Me engañaste y todos lo vieron, menos yo.
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