Una isla círcular oscura, un río circundante y neblina blanca toda alrededor; a eso se resume tu mirada. Los ojos más claros y transparentes que vi alguna vez, la mirada más simple e inspiradora que atravesó mi pobre tierra.
El archipiélago de tu mano está lejos de tener piedras, me recuerdan a aquella camisa de seda que alguna vez osaste quitar.
Tu continente, el lugar más cálido que encontré en el océano de almas vagabundas. No hace falta llegar al ecuador de tu cuerpo para sentirme viva.
Recorrí y conquisté cada espacio de tu ser, suspiré en cada rincón la historia de nuestro amor y evangelicé con la religión que propone nuestra unión toda tu mente infantil.
Me convertí en tu devota, en tu fiel seguidora.
Pude haberte corrompido, ya no soy una buena influencia y, sin embargo, mantuviste tu pureza, tu celestialidad.
Jamás conocí tierra tan pura como la tuya, cultura tan avanzada como la que me invitaste a aprehender.
Ojalá no exista movimiento alguno que nos obligue a separar y sigamos, eternamente, unidos en esta pangea.
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