Se sienten en el cuerpo los efectos de la primera semana. Por un lado, tengo más fuerza, estoy más despierta, quizás podría considerarlo como una recarga de energía. Por otro lado, es extraño el sabor metálico en la boca luego de cada consumo. Es extraña la dependencia que no siento pero que tengo. Me encuentro atrapada en la ilógica idea de dejar todo de lado y que se arregle cuando tenga que arreglarse. Luego, aparece el miedo, agacho la cabeza y me dirijo, nuevamente, al armario de la cocina en busca de esa caja con un nuevo leitmotiv: Sólo tres meses.
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