Las rutinas
se vuelven rutinas al repetirlas. Muchas veces nos cansamos pero qué haríamos
sin ellas, qué sería de nuestra vida cotidiana sin ellas.
Cada lunes
un trabajador espera empezar la rutinaria semana de trabajo y él sabe que por
más que cueste, lo necesita. Un desempleado espera al lunes para ir a buscar el
trabajo que marcó en el diario el domingo y, como siempre, tiene fe de que ese
será el último lunes de búsqueda. Cada martes, un romántico espera que llegue
el amor a la puerta de su casa, y él sabe que los martes están reservados para
el amor. Amigas esperan ese encuentro programado, como cada martes, para
despejarse y charlar porque saben que luego tienen que volver al trabajo. Cada
miércoles, alguien aguarda por conseguir esa entrada de cine a la cual,
milagrosamente, pudo acceder por un “acto de solidaridad” que tuvo ese cine
para con él. Cada jueves, actores esperan ansiosos por verse, en estreno, en la
pantalla gigante y desean, casi con devoción, que algún alma se siente a
apreciar ese maravilloso arte. Viernes, “por fin viernes”, dirán muchos. Ese
maldito y bendito día, a la vez, que tanto tarda en llegar y tan hermoso es.
Quién no se levanta los viernes pensando que finalmente la batalla termino para
comenzar un fin de semana de pecados capitales. Sábado y domingo… hace falta
explicar? El primero, es un día de éxtasis,
todo el mundo disfruta de él, y el segundo, si bien esta un poco despreciado
por ser el ultimo día de descanso, es ese día de excusas para compartir en
familia.
¿Quien se
puede quejar de una semana de idas y venidas que termina tan maravillosamente a
pesar de todo? Por lo menos, yo, no…
pero quizás sea porque me disfruto de una linda rutina.
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