Creo, firmemente, que desde que sufrimos la primera pérdida en nuestras vidas, accionamos la primera dosis de anestesia. Un corazón roto duele de una manera que, estoy segura, muchos conocen. Recuerdo ese instante en el que se rompió el mío. Recuerdo las palabras exactas que pasaron por mi mente, la sensación; recuerdo absolutamente todo. Considero que cada día que uno sobrevive a partir de determinada pérdida, uno vive bajo anestesia, pero hay días en los que, simplemente, esa dosis no está.
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