lunes, 9 de octubre de 2017

Consumo. Lo necesito para seguir. Las manos me tiemblan. Me miro en el espejo y me ahoga el reflejo que veo. Las ojeras ya son mías, la sonrisa de la Mona Lisa.
Consumo. No resisto el peso del mundo. Como en mi sueño, me vuelve a aplastar. No resisto.
Consumo y la sensación de angustia está ahí. Sé que está expectante para salir, pero no puede, porque la até con sustancias. Sustancias que calman la angustia, pastillas para olvidar y un poco de melancolía que mezclar.
Ahora los presos somos dos: mi cerebro y yo. Él no siente y eso es lo que quiero. Gobernada como siempre. Si no es la rutina, es la vida, pero siempre es algo.
Consumo. Leo la receta para perderme la vida. 
Consumo. Consumo para callar a mi cerebro. Consumo para callarme a mí. Consumo para escapar en presencia.
Pero no entiendo cómo sedar mi corazón. Consumo. No lo logro. Consumo otra vez. Tampoco. Maldita la hipocresía de la medicina. El único dolor que mata en vida y sigo sin curar.
Mientras tanto, consumo.

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